Acabo de salir de la ducha cuando oigo a una joven periodista que me pregunta de pronto: ¿cuál es el encanto de esta exposición?
Tardo unos instantes en saber que me está hablando de NOMÉS D’ANADA de Piero Sacchetto abierta hace pocos días en el Museo de la Vida Rural de L'Espluga de Francolí. Probablemente me lo ha dicho, pero yo he llegado a la escucha unos momentos después de que ella empezara a hablar.
Le respondo: ¿puedo llamarte dentro de unos minutos?
Cuelgo el teléfono y soy consciente de la dimensión del regalo que acabo de recibir. Mientras trabajé en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona me acostumbré a los periodistas que preguntaban por el precio de las exposiciones en cuánto llegaban a las ruedas de prensa. Al cabo de un tiempo, cuando no era la primera pregunta, yo, internamente, ya la esperaba.
Hoy, en cambio, una voz desconocida, con acento tarraconense, me hace la pregunta que siempre he deseado oír.
Me visto, preparo un café, bebo algunos sorbos y devuelvo la llamada.
Explico el proyecto de arriba abajo, desde que en 2017 visité al pintor en su estudio hasta la semana pasada en que las telas se colgaron en el Museo de la Vida Rural habiendo pasado primero por el Museo de Historia de la Inmigración de Cataluña en Sant Adrià del Besòs. Y poco a poco, con el estímulo constante de la pregunta inicial, encuentro imágenes que no se me habían ocurrido con anterioridad y descubro algunas dimensiones de la serie pictórica que todavía no habían encontrado su lugar en mi universo lingüístico de curadora de la exposición.
Hablo de cómo cada una de las pinturas que constituyen NOMÉS D’ANADA viene a ser como una de esas maletas -que las personas de mi generación recordamos y que el MHIC permite ver en el vagón de tren instalado en el jardín de su museo- atadas con una cuerda con las que los trabajadores del campo del sur de España llegaban a las ciudades de Cataluña, en los años 1960 y 1970, buscando sobrevivir con algo más de facilidad.
Me doy cuenta que explico por primera vez como Piero Sacchetto construyó los marcos de las pinturas con astillas de madera encajadas entre sí para que pudieran estar o no estar a conveniencia, alejándose siempre de la magnificación de los marcos convencionales.
Explico también como el pintor fue seleccionando las arenas con las que dibujar sus telas, como las fue tiñendo y como la fragilidad de los materiales le había sido necesaria para expresar la fragilidad de las vidas que cruzan el mar imaginando que hay otra orilla más segura. Y termino diciendo como yo misma he visto a los visitantes de la exposición sentir, en su piel y en sus ojos, su propia fragilidad.
He seguido hablando con la periodista del agradecimiento que siento hacia Piero y hacia los museos que han acogido la muestra porque nos brindan un nuevo lenguaje para referirnos a temas tan difíciles de afrontar, tan inhumanos, como es el desplazamiento forzoso de pueblos enteros.
Finalmente le he hablado de los pequeños rompecabezas de colores que forman parte también de la exposición y que, al mover sus caras siempre encajan sugiriendo imágenes nuevas que no dan ninguna pista sobre si abren o cierran caminos.
Gracias a la pregunta inicial he podido formular la frase: laberintos de incertidumbre son las obras que se exponen. Tienen, sin embargo, su encanto: contemplados con la ayuda de la conversación en voz alta entre los visitantes, son un antídoto contra el miedo y una fuente de energía para hacer frente a nuestro mundo contemporáneo.
Una buena pregunta es un regalo. Hoy yo he recibido el mío. Gracias joven periodista tarraconense!