LIBERAR LA IMAGINACION de Maxine Greene

Nota a la edición castellana del libro

De paso por Nueva York, me acerqué al Teachers College para visitar a Maxine Greene. La encontré preparando sus papeles para la clase que debía dar esa misma tarde. En poco más de un cuarto de hora amontonó en su escritorio libros y artículos sueltos hasta crear una verdadera barrera entre las dos. Conviene tener a mano ciertos poemas, me dijo, a veces se me olvidan líneas. Los libros de Sartre, obviamente, los estudiantes están leyendo Les mains sales. Tal vez A portrait of a man as a young artist y algunos trabajos de Virginia Woolf nos vendrán bien. Metaphor and memory de Cynthia Ozick seguro que resultará pertinente, le oí musitar en el último momento. Salimos de su despacho con dos grandes bolsas de libros, un cuaderno de notas del que sobresalían diversas páginas fotocopiadas y una botella de agua. El largo camino hasta el aula, pasillos, escaleras e incluso un viaje en ascensor, lo recorrimos en silencio. Ella parecía acompasar de tal modo el ritmo de sus ideas – contenidas de alguna forma entre las páginas de esos libros- con el bastón sobre el que se apoyaba, que yo llegué a preguntarme si ese bastón no sería más bien una batuta encubierta. Una vez en el aula, su primera pregunta a los estudiantes fue: ¿Qué diferencia hay entre el infierno y un hotel malo?

¿Cuántos textos de poetas, filósofos y literatos serían necesarios para entender la pregunta? ¿Y para intentar responderla? En un momento la biblioteca ambulante que acabábamos de trasladar se reveló claramente escasa.

Liberar la imaginación es un libro sobre cómo las artes albergan la mayoría de los tesoros que una generación puede y debe pasar a la siguiente. Imaginar es atreverse a pensar que las cosas pueden ser de otro modo. Ahí empieza no sólo el intrincado mundo de la libertad sino también el del conocimiento y el del compromiso, los tres conceptos que Maxine Greene teje en sus obras hasta hacerlos confluir armónicamente en el centro mismo de su idea de educación.

¿Qué diferencia hay entre el infierno y un hotel malo? preguntó aquel día Maxine Greene a las jóvenes estudiantes de magisterio. La clase concluyó con el comentario contundente, aunque un tanto críptico, de una de ellas: “Realmente, las referencias a la literatura son necesarias para poder atrapar el pensamiento abstracto”. “No lo olvides cuando estés frente a una clase de niños en un barrio marginal de alguna ciudad”, le respondió ella.

Liberar la imaginación, el primer libro de Maxine Greene que se traduce a la lengua castellana, es un ejemplo excepcional de esa idea que formuló su alumna de Nueva York. Las historias contenidas en las obras de arte –sean novelas, poemas, películas, partituras musicales u obras de teatro -constituyen el patrimonio cultural humano y son los auténticos viveros de la vida intelectual, porque nos permiten reconocer el mundo en que vivimos y al mismo tiempo, imaginar cómo podría transformarse. Y es también el trasfondo de la respuesta de la profesora para quien los estudiantes más desamparados son el grupo de referencia obligado.

Liberar la imaginación aporta una sutil llave de entrada a un entramado artístico capaz de hacer visible a la comunidad educativa que la educación tiene múltiples registros y se extiende más allá de los muros de la escuela.

Para Greene, el mundo es un misterio y el irlo descubriendo lentamente un placer incomparable. La vitalidad de sus clases así como la lectura de sus libros no dejan lugar a la indiferencia, esa actitud que John Berger califica de “exclusivamente humana” y que acecha constantemente a nuestro mundo, saturado de datos pero muy falto de comprensión y de compromiso.

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