Pensamientos pequeñitos era el título de una sección permanente de la revista satírica LA CODORNIZ. Tantos años después de su desaparición, voy a utilizar de nuevo este encabezamiento para evitar escribir un artículo sobre la presencia de los niños en los museos.
Así pues, PENSAMIENTOS PEQUEÑITOS
I.
Con el final de la dictadura franquista, el deseo de que fuera reconocido el derecho a una plena ciudadanía se dejaba sentir en todas partes. Escuelas e institutos de bachillerato empezaron a descubrir las oportunidades educativas que ofrecía la vida urbana y al mismo tiempo los centros culturales – y muy especialmente los museos- empezaron a ver en los escolares un público a conquistar.
II.
El período de transición tuvo momentos curiosos, como por ejemplo, cuando se ofrecieron las plazas de vigilantes de sala de los museos a los empleados de la compañía de tranvías que la red de autobuses urbanos había dejado sin trabajo. Recuerdo lo duro que se les hacía a estos funcionarios ver llegar grupos de estudiantes a las puertas del museo – y viceversa.
III.
Las visitas guiadas fueron tal vez la respuesta más generalizada de los museos a la creciente afluencia escolar. Con frecuencia, no eran sino un calco de la actitud escolar más tradicional, en la que el guía transmitía a los estudiantes una información que se consideraba necesaria para apreciar las obras de arte expuestas y de la que se daba por sentado que los jóvenes no disponían.
IV.
Lentamente, las visitas guiadas se fueron ofertando también al público general de los museos que no se restringía ya a los expertos. Todavía hoy esta tradición se mantiene muy viva y, en muchos casos, justifica el hecho de que se presenten exposiciones difícilmente comprensibles para un visitante no especializado. (En este punto se percibe ya el divorcio tantas veces presente en las salas de los museos y de las galerías de arte entre la actitud de ofrecer al espectador una experiencia estética potente y la de articular un discurso aparentemente muy sofisticado que tiene en la obra de arte un simple punto de apoyo).
V.
Hoy las visitas guiadas han llegado a estereotipos ya tan sofisticados que pueden relegarse a cintas grabadas que el visitante activa a placer. La atención a una persona que narra una historia se ha substituido por cartelas que se disparan directamente en presencia de las obras expuestas y, de hecho, permiten atender a un público cada vez más numeroso y diverso. Con exquisitas excepciones, queda, sin embargo, en el aire el contenido del concepto “atender”.
VI.
Llegados a este punto, tres preguntas:
¿Qué pasa con el silencio de una obra de arte?
¿Dónde queda la experiencia estética de sentirse súbitamente subyugado por la presencia de una obra?
¿De qué o de quién depende que los museos alienten el placer de la contemplación?
VII.
Siguiendo su tradición empirista, los países anglosajones han decantado la atención a los visitantes de los museos hacia las conversaciones en salas y los talleres. La tradición francesa, en cambio, tiende a potenciar las conferencias de expertos en las salas. En Catalunya combinamos esos dos enfoques con cierta naturalidad.
VIII.
Una metáfora: las antiguas máquinas de coser disponían de una bobina de hilo y una canilla, un pequeño carrete metálico cargado también de hilo situado justo debajo de la aguja. El movimiento de la aguja permitía que el hilo situado en la parte superior de la máquina, perfectamente visible, atravesara la tela y se encontrara con el hilo de la canilla, siempre invisible para la persona que cosía, que remataba definitivamente cada punto.
Los museos disponen de colecciones propias y organizan exposiciones temporales. Tienen en su mano las bobinas visibles de hilo. Los visitantes, y entre ellos los estudiantes, disponen de sus propias canillas repletas de sus saberes y de sus experiencias. En manos de los servicios educativos escolares y museísticos está el poner a disposición del público diversos juegos de agujas para conseguir conectar de formas diversas las ovillos de hilo que las obras de arte representan con las canillas que cada visitante aporta.
IX
Siete ideas sueltas:
- Con frecuencia en los museos pesa más lo que sabemos – o deberíamos saber- que lo que vemos y experimentamos.
- Las obras de arte están hechas – y se exponen- para ser contempladas.
- Mirar es establecer un puente entre lo que sabemos y lo que nos sorprende.
- Hay que dejar al espectador el atractivo de saberse sujeto de la contemplación, dejar que se pierda entre sus perplejidades.
- La percepción estética, la percepción de las cualidades materiales y formales de un objeto, es un acto de seducción.
- Los escolares aportan a los museos la expresión espontánea de su enorme curiosidad. Sus preguntas dejan al descubierto aspectos siempre cambiantes de las obras en exposición. Responder por tanto requiere mucha atención y una buena disposición para asumir verdaderos desafíos.
- Las obras de arte, cuando de verdad lo son, tienen una infinita capacidad educativa. Permiten al visitante – y muy especialmente a los escolares y al público joven- contemplar y contemplarse.
X.
Cuando los museos piensan en los escolares como un público al que hay que divertir no sólo pierden rápidamente su función, sino que desprecian la posibilidad de enriquecerse con sus aportaciones.