Editado per Eulàlia Bosch para la Editorial ActarBarcelona, 2001
Paisajes Embrionarios es la sorprendente, inteligente y conmovedora colección de fotografías de Ariel Ruiz Altaba, realizada durante los últimos quince años de su carrera como científico y artista. En una era en la que se comienzan a vislumbrar los secretos del genoma humano, Paisajes Embrionarios presenta imágenes que revelan morfologías y patrones de expresión génica en embriones de especies que comparten mecanismos del desarrollo con el hombre, volviéndose en una exploración introspectiva de nuestra misma esencia. Pero lejos de ser documentos científicos, las imágenes que aquí se muestran fueron compuestas por su valor estético.
Paisajes Embrionarios también presenta ensayos originales de científicos, pintores, fotógrafos, escritores y filósofos que abarcan reflexiones sobre las fotografías mismas, la similitud entre arte y ciencia, las metáforas y realidades de la imagen fotográfica, la individualidad del artista, la anonimidad del científico, y la poesía de la embriogénesis. Así pues, este libro no solamente interroga nuestra propia naturaleza sino también nuestro pensamiento.
Paisajes embrionarios: prólogo
¿Qué vemos al mirar?
¿Cuál es el peso de lo que sabemos sobre lo que vemos? ¿Veríamos algo si no supiéramos nada? ¿Lo veríamos todo? La bombilla que se enciende es la gran metáfora del conocimiento. De ahí que popularmente creamos que distinguir el contorno de lo que existe depende de la luz que lo ilumina. Y es cierto que es así. Pero esta es sólo parte de la verdad. Los ojos que miran no están libres de carga. Cada instante de contemplación entrecruza imágenes ya vistas con palabras aprendidas o con interrogantes todavía inaprehensibles. De ahí el misterio que la observación encierra. Colores, formas, objetos, o personas, el mundo externo , en definitiva, parece ser el mismo para todos pero, no sólo no tenemos prueba alguna de ello, sino que acumulamos miles de pruebas en contra de que sea así.
La percepción depende tanto de la iluminación del objeto como de la educación de la vista y no parece posible pensar en dos individuos que compartan hasta la identificación sus modos de ser, es decir sus modos de ver, de entender y de vivir.
Cambio de registro sin perder de vista el objeto: este parece ser el ejercicio que Ariel Ruiz i Altaba se permitió. Decidió mirar sus fotografías, siempre vistas como pruebas a favor o en contra de sus hipótesis, como si estuvieran exentas de significación objetiva. La dificultad le obligó a prescindir del color. A borrar de algún modo las fuentes más evidentes de información. Imágenes en blanco y negro invadieron su mesa. El desconcierto le llevó a someterlas a la luz de imaginaciones otras.
Y así fue como yo las vi por primera vez junto a nuestra amiga común Mary Ann Newman. Ambas respondíamos espontáneamente y con rapidez a las imágenes: Rothko, Pollock, los acantilados del desierto africano, la mer toujours recomencée, una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza… Nuestra sorpresa encontraba su lugar en el lenguaje conocido. La de Ariel, en nuestras palabras. Una mancha negra, un rastro gris, un blanco impuro… Deseos de saber cuántos modos de ver las imágenes eran posibles, inquietud por entender las diversas palabras flotando en torno a la imagen, olvido momentáneo del objeto fotografiado, necesidad de saber qué era lo que se ocultaba en cada foto…
De la conversación a borbotones surgió la posibilidad de un libro. Un libro de fotografías de autor. De imágenes únicas sometidas a la visión en voz alta de muchos. De literatos y de científicos, de filósofos y de artistas, de gentes de aquí y de gentes de allá. Un universo mudo que se había dejado fotografiar, se abría al mundo de las imágenes vistas y las palabras conocidas. A nuestra espontaneidad inicial se sumaron luego los textos que hoy acompañan las fotografías. El conjunto bautizado con el nombre Paisajes embrionarios anticipa ya una visión. El litigio entre Parménides y Héraclito vuelve a adivinarse entre estas imágenes sólo posibles gracias a la ciencia moderna.
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Las fotografías fueron remitidas por igual a un grupo muy heterogéneo de observadores con el fin de invitarles a leerlas en voz alta.. Es decir, a recoger su impresión en un texto que junto a otros abriría un diálogo próximo posiblemente al que pudiera darse en una sala de exposiciones que presentara el trabajo fotográfico de Ariel Ruiz i Altaba.
La contraposición de ideas es notoria pero el lector no tendrá fácil decidirse en favor de una afirmación u otra cuando estas resulten contradictorias. En este compendio de opiniones, el camino que aproxima las ciencias y las artes – que Ariel se ha aventurado a recorrer- es el mismo que el que las aleja.
Tal vez podría servir como guía de lectura la afirmación de Cécile Guilbert: car regarder n’est pas se faire réceptacle mais construire une expèrience, organiser le visible. Esta es una de las ideas que este libro ilustra. Sin duda, las fotografías son resultado y motivo de varias experiencias entremezcladas. Son el resultado de un trabajo científico previsto y pautado. Y son también el motivo de una sospecha intuida: ¿es posible verlas de otro modo? ¿puedo yo hacerlo? ¿puede alguien mostrarme el camino?
Pero las fotografías son también el punto de partida de experiencias ajenas. Los textos de los colaboradores de este libro no son simples anotaciones perceptivas al modo de las conocidas en los tests psicológicos. Si así fuera, ¿cómo se explicarían tantas reflexiones sobre la realidad de las imágenes, sobre la relación entre la ciencia objetiva y el contexto social y moral en qué se produce, sobre la necesidad de contextualizar lo percibido, sobre la relación entre el realismo y la abstracción, sobre la resistencia de lo esencial a ser percibido, sobre el desbarajuste gnoseológico producido por la tecnología, sobre el papel de la sorpresa en un mundo penetrable hasta extremos tan recónditos, sobre los modelos que las imágenes transmiten y los modelos cognitivos que las reconocen, sobre el tiempo de la percepción y la eternidad de la razón, sobre el espacio que une el microscopio y el telescopio, sobre el ser vivo que se fotografía y la cualidad inerte de la foto, sobre el carácter anónimo de la ciencia y el carácter íntimamente personal del artista que dispara la cámara, sobre el estado de la realidad y el estado de la comunicación, sobre el romanticismo del deseo y el clasicismo del proceder, sobre lo uno y lo múltiple que cada imagen representa, sobre aquello que complace la visión y el placer de saber y reconocer, sobre el origen de las imágenes y el engranaje que las recibe? Los textos de los colaboradores no son distintas versiones de lo mismo sino diferentes experiencias simultáneas.
Esta es una de las ventajas de mirar en voz alta. A lo visto se añade lo por ver. Al esfuerzo de reconocer se suma la posibilidad de ampliar la lente. Y así los ojos se hacen receptivos a las palabras como los conceptos se dejan penetrar por sensaciones. Nuestro mundo es un mundo mestizo, nuestra forma de conocer también.