Disseny i maquetació del catàleg: Edicions de l'Eixample
El Raval de las palabras
¿Cuántas casas, cuántas calles son necesariaspara que una ciudad empiece a ser una ciudad?
L. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas
La ciudad es un lugar de encuentro. El lenguaje también. La ciudad combina calles estrechas con plazas espaciosas, avenidas con callejuelas sin salida, espacios verdes con espacios industriales, edificios singulares con grandes bloques estandarizados de viviendas... El lenguaje también. Las palabras de moda se mezclan con conversaciones intimistas de la misma manera que hay discusiones propias de la mañana y otras que se reservan para el anochecer o para las horas de obscuridad absoluta. Las ciudades pueden ser tan antiguas como nuestros recuerdos más remotos o acabadas de hacer. El lenguaje también. Podemos repetir las historias de Ulises rememorando la musicalidad de la poesía homérica o decir por primera vez aquello que súbitamente hemos visto claro. La ciudad es, pues, uno de los cobijos en los que la humanidad va acomodándose lentamente. El lenguaje también. Las cosas y las palabras se confunden con frecuencia porque vivimos entre cosas con nombre. Y todo aquello que no tiene nombre, existe raramente.
La Ciudad de las Palabras es una propuesta artística que ilumina y alimenta la confusión entre los deseos de la ciudadanía y sus formas de expresión, una propuesta que transforma la fascinación por una palabra, en la puerta a un universo de sensaciones y sentimientos ocultos que pasan a ser por un momento protagonistas. La Ciudad de las Palabras edifica construcciones imaginarias sustentadas sobre el significado privado de las palabras de uso común, y enlaza balcones de manera que las casas de vecinos se transforman en grandes pizarras de recuerdos y anhelos.
La Ciudad de las Palabras ha dado nombre propio a pequeños lugares ocultos del barrio del Raval de Barcelona, transformándolos por un instante en espacios singulares recuperados para el descubrimiento y la sorpresa. Esta iniciativa ha vuelto a poner en funcionamiento el oficio de los escribanos públicos. La plaza del mercado, uno de los lugares de encuentro más ancestrales, ha acogido la extraña conversación sobre la forma que más conviene a cada palabra, sobre el dibujo que corresponde a cada pronunciación, sobre la elegancia que las palabras pueden adquirir cuando quedan fijadas en pancartas, transformándose así en objetos de contemplación.
La Ciudad de las Palabras ha sido una verdadera feria de las artes que ha dejado entrever, con la claridad que caracteriza a todos los misterios, que la diversidad lingüística es una de las materias primas con las que se construyen las ciudades. Así como las piedras se numeran cuando se quiere trasladar un edificio, las ciudades cambian cuando sus gentes dicen en voz alta cuáles son esas palabras que les ayudan a vivir y a inventar el futuro que les gustaría ver.
El Museu d'Art Contemporani de Barcelona acogió esta iniciativa artística y la brindó a la ciudad el día indiscutible de las letras, el día de Sant Jordi. La ciudad propagó ampliamente el eco del acontecimiento y la fiesta no ha hecho más que empezar. Las palabras, como las casas, las calles y las plazas, sobreviven incorporando todas las vicisitudes por las que pasan. Si el diálogo no deja de crecer, el Raval puede acabar convirtiéndose en esa Ciudad de las Palabras del imaginario colectivo que, casi sin darse cuenta, haga avanzar la ciudad de asfalto y el lenguaje diario por el que se deslizan todas nuestras horas.