Museu d’Art Contemporani de Barcelona 1997
Sa Llonja de Palma 1998
Palazzo Re Enzo, Bologna 1998.
Disseny i maquetació del catàleg: Edicions de l'Eixample
Cuaderno de luz
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Todo es uno hasta que la luz crea la multiplicidad. Los colores delimitan las formas. Constituyen el espacio y se definen en el tiempo. Los colores crean las diferencias y anuncian el ritmo de las palabras. La luz blanca, acumulación de todos los colores, es el ultravioleta del conocimiento.
La luz capturada en una obra de arte añade un mundo nuevo al universo ya existente. Un nuevo blanco sobre negro. Un nuevo negro difuminando el blanco. Colores del sol en torno a los talayotes; colores de fuego fijados en las cerámicas que guardan el grano; colores de tierra en la sangre que arropa un nacimiento; colores de luna en las rutas insólitas del futuro; colores de viento que mezclan azules y verdes hasta encontrar el amarillo; colores de mar, referentes del cielo. Colores y formas, nombres. Nombres de colores que califican sensaciones. Percepciones que modifican la mirada, el color de los ojos que buscan, de los ojos que duermen protegidos en la paleta indescriptible de una almohada indómita. Colores que se mezclan, palabras que se religan. Pensamientos que nos hacen perseguidores eternos de la luz que nunca se deja limitar.
Abre los ojos, muévete y verás las obras de arte latir. Haz que renazca una vez más la luz de la vela que, al iluminar, calienta.
Que el camino te sea placentero.
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¿De dónde viene la luz? ¿Dónde está la luz? ¿Cómo puede llegar a verse la luz?
La luz ¿es el color de las cosas?, ¿es la velocidad del movimiento?, ¿es el espacio entre aquello que podemos percibir?, ¿es humo celestial?, ¿es obscuridad penetrada?
La luz es el caballo de Troya de los artistas; de los pintores y escultores que la aprisionan en sus obras para poder contemplarla largamente; de los literatos y filósofos que la utilizan para dar forma a la poesía y al conocimiento.
¿Quién puede pensar en un universo misterioso sin color? ¿Quién puede pensar en un universo acogedor sin forma? ¿Quién puede pensar en un universo humano sin conocimiento?
Las artes, con su inquietud constante por el color, la forma y el misterio del universo, reclaman un camino de luz. Reclaman ver la luz y cabalgar en su rayo por los caminos inciertos de lo posible.
Ver la luz es una instalación artística que, lejos de toda receta educativa, pretende favorecer una investigación individualizada del presente, el pasado y el futuro de las artes. El deseo de conocer las artes es también el deseo de atrapar el rayo de luz y seguir con la mirada inquieta los caminos que han abierto los artistas.
Campos de color. Campos de algodón teñidos por el sol amoroso del alba. Rosas y azules hasta el amarillo intenso del mediodía. Blanquecina hora de la siesta. Lucha de colores a media tarde. Verdes potentes y azules suavizados, todavía los amarillos y todos los matices del rojo al acecho. Atardecer. Intensidad de color que se desdobla hasta convertir el cielo en una paleta inestable que, atentamente vivida, acogerá los lilas y los violetas hasta llegar tal vez a una tímida franja de verde, el color que no ha dejado nunca de plantar cara al rojo del sol, potente incluso cuando se oculta. Y, cuando el sol se pone, ¿dónde van los colores? ¿Cuáles son los colores de la noche?
Traspasar límites. Esto hace la luna al barrer al sol. Traspasar el límite del color y transformar las cosas en formas puras que se alargan hacia el cielo o se esconden en la interior de la tierra oscura. Entre el día y la noche, la sombra. El terreno incierto de las formas de colores. De la pintura que pasa a ser escultura. Del episodio de color a la rotundidad de la línea cerrada. Sol de fuego, luna geométrica. Sol resplandeciente, luna recogida. Día y noche. Sombras grises que se desdoblan en todos los colores que oculta el blanco y se recogen al atardecer entre el negro claro y el negro oscuro.
Vida de luz, exclamación. Vida de oscuridad, interrogación. Los niños que crecen nuevas sombras en el horizonte. La historia de las artes, signos de luz en el camino.
En el museo, el sonido de las imágenes hecho de interrogación y admiración, comienza lentamente a percibirse. Cuando la luz se ve, se puede reconocer. Así se va modelando la vida humana en el universo infinito.
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Si cada mañana sale el sol, ¿por qué ver la luz en el museo? La luz no se ve, porque siempre está ahí. O no está nunca y entonces se imagina con manos expertas.
Los artistas nos permiten verla cuando la encierran en la cámara oscura en la que nacen las proyecciones, cuando la multiplican en los colores de las pinturas, cuando la transforman en juegos de reflejos y sombras en la escultura. Todos nosotros vivimos en la luz; los pintores, los escultores, los fotógrafos v los artistas que se interesan por las nuevas tecnologías visuales así como muchos arquitectos trabajan con la luz. La luz es para ellos un instrumento constante. Los colores determinan los espacios de los cuadros y al hacerlo las pinturas pasan a ser historias narradas, cúmulos de sensaciones, composiciones o muestras directas de las relaciones posibles entre los colores. Las sombras crean muchos de los misterios de las esculturas. El paso del día, la secuencia del tiempo, es la vida de una escultura instalada al aire libre. El rayo de luz proyectado a partir de un rayo de tres colores crea y recrea universos de imágenes que nacen y se funden en la combinación mágica del rojo, el amarillo y el azul. La oscuridad total de la cámara fotográfica produce imágenes de larga duración en las que la luz fija un momento de su recorrido sin principio ni fin.
Cualquier obra de arte que de verdad lo sea es un canto a la luz. Cada cual ha de elegir sus caminos de luz para descubrir las obras que les brindan los artistas. La lectura acompasada de un poema lo ilumina, como el itinerario atento de la mirada por la superficie de una tela encuentra el momento en el que la luz, hecha color, ha quedado aprisionada en el cuadro, la noche cerrada y el mediodía resplandeciente son el norte y el sur de la historia de las artes. Ver la luz es un verdadero prólogo a esta historia.
En la exposición Ver la luz, la luz es el camino y el lugar al mismo tiempo. Siendo la propia instalación un lugar de arte, es también un rastro hacia otros lugares de arte, próximos o remotos. Es al mismo tiempo desde aquí y hacia aquí. Desde el color hasta el uso del color que vuelve sobre el color mismo.
Si la luz es un concepto permanente en las artes, tal vez se deba al hecho de que crea espacio, crea un lugar y crea lugares. Es decir, remite a la coordenada sobre la cual se instala nuestra vida y mide los lugares con el tiempo, el otro de los principios vitales.
Mezclados uno y otro, vivimos en un medio de luz del que no podemos sustraernos y que las artes ayudan a ver, a conocer y a ampliar.
La luz es el tema de la central eléctrica que debería ser el museo.
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Ver la luz es una exposición surgida de la colaboración entre Eugènia Balcells y el Servicio Educativo del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.
La artista, en su fascinación constante por la luz, creó las instalaciones Campos de color, en la que explora la vida de los colores, y Traspasar límites, en la que muestra como las imágenes pueden ser creadas y proyectadas a través del espacio sin quedar atrapadas en una sola pantalla.
La secuencia de los colores y las formas de las imágenes requirió, al inicio mismo del proceso de producción, el encadenamiento de un sonido. Longitudes de color y de sonido combinadas para permitir el surgimiento de una cierta sensación de luz: de forma y de color. Cada una de las instalaciones describe su trayectoria hacia un momento de embrujo único, las instalaciones crean el espacio y el espectador que quiera serlo debe aportar el tiempo, tiempo de experiencia o tiempo vacío de expectación. Tiempo de contemplación, tiempo acompasado de ritmo musical. Disponibles ya el espacio y el tiempo, la experiencia artística encontrará su posibilidad. Podrá actualizar su fuerza.
Entre el blanco y el negro, entre el color y la forma, el espacio irregular del gris. El pasaje del espectador que se libera de la sobrestimulación de la calle y se recoge para la contemplación. El gris que hace confluir las sensaciones con nombres que posibilitan el diálogo, que abren una brecha para la interrogación, si la admiración se ha producido. Un pasillo que conecta el blanco y el negro para que salgan a la luz los colores cautivos en las obras de arte de la colección del museo. Un pasillo que se abre sobre sí mismo hacia el interior de las propuestas esenciales de Eugènia Balcells y se abre hacia el exterior en busca de la historia de las artes que el museo ayuda a configurar.
La artista, en la concentración de su estudio, imagina, modela, escucha, graba, dibuja imágenes de luz y transforma el esfuerzo en paisajes de vida humana. El museo se deja subyugar por la centralidad de la propuesta. Nota su fuerza y la reconoce como fuente de energía que tiñe de una nueva tonalidad las reservas artísticas escrupulosamente guardadas.
La idea de pasillo gris entre Campos de color y Traspasar límites es la aportación que el museo quiere ofrecer al visitante. Por un momento, de forma modélica, el camino de acceso a las instalaciones, concebidas como una sola después de la colaboración de la artista con el museo, apunta a su vez un nuevo recorrido por las obras del museo. ¿Puede alguna obra de arte escapar a la mirada que busca la luz que la obra esconde celosamente?
Ver la luz es ver los colores y ver la persecución a la que Eugènia Balcells los somete para que se encuentren, se fusionen entre ellos, se anulen, se mantengan puros y alteren nuestras sombras hasta hacernos dudar del tono de nuestra propia piel.
Ver la luz es ver como el rayo de luz puede vitalizar las imágenes más brillantes en el interior del negro más absoluto.
Ver la luz es la mezcla del mundo sutil de la poesía y la presencia descubierta de los mecanismos ocultos que nos la hacen comprensible. Es el mundo de las plumas al viento y de los cubos perfectos que se suceden y se intersectan.
Ver la luz es pasar de las imágenes a los sonidos y de los sonidos a las palabras. Es tener la luz frente a los ojos y tenerla dentro, creando espacios interiores de claridad.
Ver la luz es una posibilidad de notar los contornos del mundo que nos rodea y descubrir que las obras de arte son el verdadero camino a las obras de arte.
Ver la luz es también el gris. Así puede mostrar la fuerza del contraste y la capacidad que la obra tiene de hacer revivir, en un instante que busca prolongarse, la totalidad de la historia del arte.
Ver la luz es un proyecto de colaboración entre una artista y un museo. Una artista perseverante en algunos temas esenciales que desde el inicio se adivinan como incapaces de respetar los límites mismos que la obra se impone. Un museo que ve la educación como objetivo inexcusable. Un museo que sabe que el ciudadano pasará a ser visitante habitual si es capaz de reservarle un espacio propio. Si puede equiparlo, cada vez que visita el museo, con un nuevo instrumento desde el cual sentir con mayor intensidad la atracción por las obras de arte. Un museo que sabe que a las obras de arte sólo puede llegarse a través de las obras de arte y que hoy ofrece Ver la luz como ejemplo.
5
Las obras de arte son caminos que apuntan a la infinitud del universo.
Un universo finito en el que las cosas son como son y tienen un nombre, completo en sí mismo, es un universo cerrado. Es la complejidad que cada cosa genera en su entorno la que hace los nombres tan clarificadores como misteriosos.
Redes crecientes de interrogación hacen las artes necesarias. Ninguna obra anula a otra. Ningún ritmo musical es suficiente. Ningún color termina en una pintura, ninguna escultura define el equilibrio de una vez por todas. Las esculturas son móviles como las pinturas ocasiones de color. Para circular entre las obras de arte, algunas tienen que hacer de camino para que las otras puedan ser lugares. Sin embargo, hay tantos caminos como lugares. Tantos lugares como huecos. Las obras de arte devienen así formas de acceso a las obras de arte. La pintura genera más pintura pero solicita literatura, al mismo tiempo que los poemas se transforman en canciones y que el movimiento de la danza se eterniza en una forma escultórica. El actor que recita, dibuja en el claroscuro del escenario, como el ceramista espera inquieto el color que adquirirá la pieza aprisionada en el horno. Las artes hacen el mundo infinito. Infinitamente atractivo para aquellos que lo descubren por primera vez, y también para aquellos que saben que cada vez es también una vez que no había existido antes.
Luz negra de los vestidos de los personajes de Rembrandt, luz blanca de los cuellos y los puños de Velázquez, luz amarilla y naranja y roja hasta ser lila de las telas de Turner, luz celestial de Giotto, luz móvil que penetra los rascacielos -como ya resbalaba por las aristas de las edificaciones megalíticas o mayas-, luz gris de los pintores del Norte, luz azulada de los mediterráneos, luz atenuada de los orientales, luz marronosa de los cafés de París, luz de sombras y luz de museos. Luz que genera múltiples luminosidades.
6
Nadar a lo largo de un rayo de sol al atardecer. Con los ojos cerrados. Universo de colores. Rojos, naranjas y amarillos. Y todavía el azul del agua, el azul del cielo. El blanco de las nubes, el fondo oscuro. Los ojos cerrados. Los colores cambiando. Nadar hacia la luz sin perder el rastro del sol. Los colores dentro del agua siguen su curso. Las sombras, en cambio, crean ángulos fantasmagóricos de refracción. La luz deja una estela de colores adheridos a las cosas. Adheridos incluso al agua. A los ojos cerrados del nadador de última hora. Tal vez también del nadador que madruga para salir a recibir al sol. Los dos, uno y otro, orientados por la misma estrella. Los dos, recuperando el tono cromático que amenazaba perderse en la obscuridad de la noche. Lejos del gris constante, los colores distinguen las cosas, crean espacio entre ellas, matizan las sombras violentas de todo aquello que planta cara al sol. Nadar en el interior de un rayo de sol es recuperar el fuego dentro del agua. La tierra al fondo. Encima, el cielo. El viento haciendo inciertos los límites de los colores.